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Mito 1 del Teletrabajo: Todo el mundo quiere teletrabajar siempre

 

Una creencia común es pensar que todo el mundo quiere trabajar en remoto. Y que, además, quiere hacerse a tiempo completo. Sin embargo, no es así (Las Heras y Barraza, julio del 2020). No todo el mundo quiere trabajar en remoto todo el tiempo.

El trabajo en remoto a tiempo completo conlleva muchos costes sociales para quien lo practica: por una parte, fomenta el sedentarismo, pues no requiere desplazarse para ir a trabajar; por otra―quizá el mayor inconveniente del trabajo cien por cien online―, favorece el aislamiento social.

En nuestros sondeos, encontramos que los días que los empleados trabajan desde casa, evalúan la “calidad de la relación con sus compañeros” como un 10% menos “satisfactoria” que cuando trabajan en la oficina. No porque haya malentendidos, sino porque falta la interacción cara a cara. Faltan las pistas que todos damos con nuestras expresiones, los gestos, el tono de voz. Ver a las personas por el pasillo o en la máquina de café. Falta la conversación en la mesa del almuerzo. Esto, si se da de modo esporádico, es decir, solo unos días a la semana, no pasa nada; incluso se agradece. Se agradece menos interacción, un poco de silencio, un poco más de posibilidades de tener diálogos con uno mismo. Pero cuando se da a tiempo completo, todos los días de la semana, puede ser muy negativo para el ánimo, para la salud psicológica y social.

El teletrabajo a jornada completa puede generar el hastío propio de quien siempre se encuentra en el mismo lugar físico. Puede percibirse como un confinamiento, no impuesto por las leyes, sino propiciado por el requerimiento laboral.

Un teletrabajo al cien por cien puede generar condiciones que lleven a una desconexión del entorno de trabajo y una falta de compromiso y alineamiento con la marca y sus valores. Si bien es cierto que la cultura no solo se transmite con el roce, también lo es que la presencia la facilita. Se percibe cómo se trata a los empleados, a los clientes, a quien se le entrega un presupuesto, un beneficio social o un despacho más o menos grande. Y todo eso hace que se trasmitan unos valores de fondo, de integridad, de compromiso, de calidad, etc. O, al contrario, de desapego, de dejadez y descuido; de codicia, porque no todas las culturas son positivas y, cuando no lo son, quizá sería mejor no transmitirlas.

Trabajar en remoto a jornada completa puede generar muchos inconvenientes. Por su parte, ir al lugar habitual de trabajo ofrece la oportunidad de trasladarse, y aunque esto se convierte en inconveniente si se hace cada día, el no hacerlo nunca puede ser negativo para la salud física y psíquica. El tiempo dedicado a traslados sirve como transición para pensar, leer, escuchar música o audiolibros; desconectar; hablar por teléfono; pensar. Eliminar esos tiempos de transición de modo absoluto puede tener efectos contrarios a los deseados y esperados.

A su vez, un teletrabajo que fuese al cien por cien podría llevar, en condiciones de presión laboral, a dificultar la desconexión y la sana integración entre trabajo y familia. Sobre todo, en trabajos intelectuales que requieren concentración y en los que el tiempo “vuela”. Podría acabar aislando del entorno social y familiar, y generar mayores problemas de workaholism y burnout: justo lo contrario de los que se busca.

Además, aquellos que quieren teletrabajar siempre, según Nacho Coller () son quizá los que más necesitan de la interacción, del aprendizaje social, del compartir, de escuchar y de desarrollar competencias de trabajo compartido.

A tan solo un 12% de las personas les gustaría trabajar en remoto los cinco días de la semana.

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